No sé qué me pasa. No sabría explicar qué ocurre en mi interior, pero no lo puedo evitar. De repente, todo en mí se descontrola. Y por cualquier cosa, no hace falta que sea grave. Si se me escapa el autobús, si suspendo un examen, si se me acaba la leche para el desayuno. Lo único que sé es que la sangre me hierve, que las manos se me calientan y que mi cerebro estalla si no grito. La ira brota por todos los poros de mi cuerpo sin que yo pueda hacer nada. Y me da igual quién esté delante; no me importa ir contra mi hermana, contra mis padres, profesores, amigos. Tengo que descargar mi odio. Y después, claro, lo de siempre, no puedo evitar sentirme un mierda. Sí, me quedo aliviado, pero me doy asco, me siento culpable y me meto en la cama a llorar”.

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