La terapia de Aceptación y Compromiso (ACT, por sus siglas) no tiene por objetivo la eliminación de los síntomas ni el trabajo hacia la reestructuración de pensamientos, sino que ofrece un modelo que trata de promover aspectos como la flexibilidad psicológica.

Flexibilidad psicolologica

Para ello se basa en la aceptación del dolor, las prácticas de Mindfulness, el compromiso hacia los propios valores para producir un cambio conductual.

La flexibilidad psicológica se define como nuestra capacidad para experimentar nuestros sentimientos, sensaciones, pensamientos, recuerdos, etc, de manera plena, tal y como se presentan ante nuestra consciencia, sin entrar en juicios ni valoraciones, ni tratar de evitarlos o controlarlos, ya que ello sería contraproducente.

La mayoría de las personas tratan de rechazar estas experiencias por resultarles desagradables e incómodas, pero su intento resulta baldío desde un uso exacerbado del pensamiento como mecanismo de regulación deficitario, así como tratando de evitar las sensaciones corporales asociadas sin mucho éxito.

ACT propone experienciar y aceptar los eventos privados sin emitir juicios de valor, enfocándose en la consecución de sus objetivos vitales y valores de referencia para la persona.

Esta perspectiva cambia la aproximación que pretende la terapia cognitivo-conductual que propone el cambio de los síntomas o los eventos mismos, como cambio de primer orden, a diferencia de ACT que busca cambios de segundo orden, centrándose en el contexto y en la función de los síntomas, no en los síntomas mismos (físicos y mentales).

La diferencia entre la inflexibilidad e flexibilidad psicológica la podemos establecer entre los seis procesos presentados a continuación:

El yo conceptualizado vs. El yo como contexto.

Estamos muy acostumbrados a la lapidaria frase de que “yo soy así”. Nuestro autoconcepto, elaborado rígida y simplificadamente a través de nuestro lenguaje, nos puede suponer una enorme limitación hacia lo que realmente somos…que trasciende más allá de las palabras. Es como si nuestra historia personal, nuestro conjunto de experiencias vividas, supusieran un yo trascendental e inamovible del que no podemos escapar y que incluso nos puede llegar a invalidar.

Me gusta resumirme en el filosófico aspecto de “yo soy yo y mis circunstancias”. Ya que si no aprendemos a relacionarnos con el contexto en el que nos encontramos, las situaciones de cambio nos pueden suponer una gran dificultad. Y teniendo en cuenta que la vida es cambio y nuestro mayor logro como especie, la adaptación al mismo, necesitamos encuadrar a nuestra persona en nuestro contexto actual.

ACT nos invita a la valoración contextual, arraigándonos en el aquí y ahora, para formar parte de nuestro contexto y trascender a nuestro yo conceptual. Y sobre todo poder trascender a la frase “no llevo bien los cambios…”, para hacernos más flexibles y que podamos vernos mejorados al superar nuestras dificultades como afrontamiento de los cambios.

En lugar de vernos encerrados en nuestras propias historias personales, se trata de ejercer una observación imparcial sobre nosotros mismos, dependiendo del contexto en que nos encontremos y trascendiendo al tiempo y al espacio.

Podemos practicarlo viéndonos en el momento actual desde una edad mayor, a través de diferentes metáforas o incluso, imaginándonos teniendo experiencias difíciles.

La evitación experiencial vs la aceptación

Desde pequeños nuestra sociedad actual nos anima a que evitemos cualquier evento o circunstancia que nos resulte desagradable o indeseable, con el objetivo de no sufrir de forma innecesaria.

Sin embargo, aquello que podemos evitar de forma externa como una cita, una persona indeseable o una actividad que nos requiera esfuerzo, no se puede evitar de la misma forma cuando se refiere a experiencias internas como nuestros pensamientos, sensaciones, sentimientos o recuerdos.

Es más, el intento de evitar estas experiencias privadas, nos lleva a que generalmente se mantengan o incluso se agraven, sobre todo si ante ellas, lo único que nos posiciona es nuestro pensamiento. Por ejemplo, el intento de evitar que nos tiemble la voz ante una exposición oral, nos puede generar un mayor grado de ansiedad, lo que aumentará la posibilidad de que nos tiemble la voz.

La aceptación ha de ser nuestra alternativa, aunque es necesario reconceptualizarla porque la tendemos a entender como un acto de resignación pasivo en el cual nuestra opción es “aguantarnos”. La aceptación conlleva una actitud que nos permite permanecer con nuestros eventos privados, con apertura y curiosidad y sin juzgarlos. No nos resultará fácil de primeras, pero poco a poco, al reconocerlos el derecho a tener “malos momentos”, podremos dejar espacio a esos sentimientos o pensamientos, al tiempo que abrimos la posibilidad de contemplar las sensaciones positivas que también deparan ciertas experiencias. Por ejemplo, si hemos sufrido una ruptura, el intento de evitar la tristeza de la pérdida o el sentimiento de soledad, nos puede impedir apreciar los recuerdos agradables vividos, el sentimiento de alivio al no discutir o la confianza que nos depara superar una mala experiencia.

La fusión cognitiva vs. La desidentificación con el pensamiento.

El término de fusión cognitiva se refiere a la tendencia a controlar de forma excesiva nuestra vida a través del lenguaje, que si bien ofrece una sensación de dominio, nos puede llegar a limitar en la medida en que parte de reglas rígidas y de la lógica.

Es decir, podemos llegar a tomar como literal nuestra apreciación de la vida según la pensamos o la comentamos y como seres humanos, disponemos de mayor información de la que exclusivamente nos brinda el lenguaje. Por ejemplo, la creencia de que "soy torpe" me puede llevar no emprender nuevos retos o la tendencia a una excesiva autocrítica me puede llevar a malograrme en una situación delicada.

La desidentificación de mi propio pensamiento, que también se llama defusión, nos invita a flexibilizar las reglas rígidas del lenguaje, trascendiendo al mismo. Por ejemplo, podemos trabajar con la desliteralización con frases como “Yo no soy mi pensamiento, ni soy mi emoción, sino que tan sólo comprendo a ambos”. Ello nos puede suponer una enorme liberalización de las cadenas de pensamiento que nos mantienen esclavos.

La pérdida de contacto flexible con el presente vs. La alternativa de contacto.

Si trabajamos en pos de la “defusión” cognitiva y la aceptación, podremos conseguir la atención a la experiencia tal cual es, en lugar de evitarla o resignarnos a ella.

Necesitamos adoptar una actitud más flexible que nos permita llevar a cabo conductas consistentes con nuestros valores. Al alcanzar sobre nosotros mismos una perspectiva de corriente o proceso, podemos usar nuestro lenguaje para contactar con nuestros eventos privados, en lugar de juzgarlos, analizarlos o predecirlos.

Identificarnos contextualmente con nuestros pensamientos o sentimientos nos puede permitir apreciarlos como parte de nuestro yo actual, pero no vernos limitados a ellos, sino aceptarlos como algo temporal que cambiará junto con nuestras circunstancias.

Ello nos brinda una posición más operativa ya que sólo podremos trabajar en el momento presente y no en la “máquina del tiempo”de nuestra mente.

A través de la meditación podremos contactar con nuestras experiencias privadas sin rechazo a las mismas y con ello, podremos aumentar la flexibilidad psicológica desde la que podemos funcionar.

La falta de claridad con nuestros valores vs la alternativa de tenerlos claros y presentes.

Necesitamos entender nuestros valores como procesos que guían el rumbo de nuestra vida, no como objetivos concretos a alcanzar. Una meta como “casarse” será caduca en el momento de haberse formalizado el compromiso; sin embargo el valor de “ser buena pareja” permanecerá activado toda nuestra vida siempre que nos comprometamos con ello.

Podríamos decir que los valores son como motores que mantienen nuestra motivación encendida siempre que nos comportemos de forma coherente hacia ellos. Eso sí, motivación implica movimiento y los valores le ponen el rumbo.

Cada persona ha de hacer el esfuerzo de clarificar sus valores, ya que la inconsciencia sobre los mismos nos puede llevar a la fusión cognitiva o la evitación. Han de hallarse como nuestras bases de funcionamiento, como los pilares de nuestra casa.

Si trabajamos de una forma diversificada hacia nuestros valores, el esfuerzo constante hacia múltiples vertientes nos permitirá tener varios apoyos sobre los que establecer nuestra seguridad y, si alguno flaquea, siempre podemos apoyarnos en los restantes.

Guiarnos por nuestros valores, nos ofrece una energía dinámica, renovable, que según le imprimamos movimientos nos devuelve más energía.

La impulsividad o inacción vs el compromiso de actuar.

La persistente evitación, nuestra impulsividad o el bloqueo de nuestra conducta, pueden ser síntomas que definen a los propios trastornos.

Una vez podamos identificar nuestros patrones de bloqueo o inacción conductual o los patrones de rigidez mental, podemos trabajar con la intención de modificarlos.

La capacidad de definir nuestros valores y su compromiso como guía hacia la acción, puede permitirnos activar nuestra conductas como objetivos concretos para dirigirnos de forma coherente hacia nuestros valores.

Para avanzar, tenemos que movernos y para no hacerlo a la deriva, necesitamos de la brújula que nos ofrecen nuestros valores.

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